lunes, 12 de agosto de 2013

LOTA





















































































































Lota era una pequeña aldea hasta que en 1852 Matías Cousiño comenzó a explotar las minas de carbón. Desde entonces la ciudad creció a la sombra de la mansión y la iglesia construida por la familia del industrial. El camino que lleva al palacio, destruido en el terremoto del sesenta, está flanqueado sucesivamente por los barracones para obreros y empleados de la mina y conduce a una enorme reja, de allí parte el jardín que rodeaba la casa desaparecida. Este lugar se encuentra sobre un espolón de tierra que se adentra hacia el mar y permite dominar la vista sobre los piques, el puerto y la parte baja del pueblo. Lota, perfecta y terrible ciudad industrial, tiene grabada en su fisonomía la historia trágica del progreso. Cuando la mina de ENACAR cerró en 1997 tan solo quedaron las inmensas estructuras de acero y hormigón como testigos mudos de la anterior actividad de la ciudad. Poco a poco, el campo fue cerrándose a su alrededor. En un tiempo sorprendentemente corto todo ha quedado reducido a ruina. Los temporales del Pacífico, los robos continuos y los terremotos han logrado borrar de modo muy eficaz la mayor parte de las estructuras. Sin embargo, bajo líquenes y caracoles, todavía se encuentran los carriles de las vagonetas, los inmensos sótanos de almacenaje de mineral, los pozos que conducen a la oscuridad del carbón.