El otro día este señor se levantó en una conferencia, pidió la palabra y se puso a recordar a otras personas que él conoció, con los que trabó amistad y trabajaron juntos. Después contó que algunos de ellos fueron asesinados, expulsados o, como él, condenados al exilio interior. Se conmovió. Luego continuó hablando. Aunque no moví ni un músculo, yo también me emocioné.
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